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jueves, 8 de abril de 2010

No sé nada del amor.




“Nada sabe de amor quien no ha perdido
por amor una casa, una hija tal vez
y más de medio sueldo,”
(Luis García Montero)


A veces es verdad que te castigo,
y que mi voz daña como alfanje en tus heridas.
Incluso hay noches que mis manos son un salón
desierto y frío que caminas acariciando
de puntillas: olor a espera inútil.
Pero coses mi sed a mi nostalgia,
te haces real, apenas un rumor
que me sonríe con la desnudez de la noche.
Me besas, y tus labios son la helada
que rompe por debajo de la puerta.
Entonces dudo, pero no de ti, ni de nosotros,
sino del amargo sabor de la madera
que guardo en la garganta,
sombra cotidiana de los restos de naufragios,
astillas embarradas que la lluvia no disuelve.

Pero qué sé yo del amor por cuatro letras
si he conocido, en tus ojos, el invierno
-la tristeza verde, aún, sin adjetivo-,
una luz que a las sombras no reclama.
Qué sé yo del amor cuando claudico
y arrastro la rodilla
por escombros tallados por el viento,
exhausto de lidiar con la memoria.

Si tuviese el valor que a ti te sobra,
quizá no agotase el recurso de andar solo,
ni el de robarte otoño -ni septiembre-,
ni las grietas de los cobrizos árboles.
Quizá, también,
sería capaz de negarme tres
veces, incluso cuatro,
y ser capaz de sonreírte, por fin,
con la remota posibilidad de encontrar
en tu boca algún mérito,
Eso, claro está, si yo tuviese el valor.

Salvador Reyes de Cózar


2 comentarios:

  1. Llegue.

    Te leí.

    Me quede.

    Al final uno no sabe mucho de nada y, casi siempre, lo que uno sabe no sirve de mucho.

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  2. Me alegro que lo que leíste te hiceira quedarte entre nosotros. Espero, también que aún caminemos juntos.

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