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viernes, 20 de agosto de 2010

Qué bueno es saber que ya no me haces falta.


Qué bello es despertar, ya, sin tus besos,
esos besos que dejan sabor a insuficiencia,
que escarchan el tiempo y dejan arena en la sangre.

Qué bello es el sentir que te has marchado,
conversar con el eco de tus pasos,
mirarlos a la cara, conocerlos.

Qué bueno es, también, saber que ya no me haces falta,
madrugar cada mañana
sin la desesperanza
escrita en la retina:
apenas un crujido de madera
amarga astillándose en la garganta.
Y atravesar, sin rumbo –como hoja abandonada-,
las calles que formaban laberintos
de granizo en la nostalgia, un rumor
de asfalto en la memoria.

Pero, qué bello es también cuando la noche exige 
su caprichoso insomnio,
y me embisten insaciablemente tus recuerdos.
Uno a uno desfilan lentamente,
convierten los segundos en un sueño
de sombras inaudibles.

Tu mirada, tu voz, tus labios recién pintados,
el tacto ajado de aquel te quiero poco cierto,
que, de tan denso, tuve que rasgarlo en el aire
con las manos. Densidad de amor deshabitado.

Qué bueno es recordarte como escombros,
ahora que las piedras embellecen
como las murallas de vestigios inservibles.
Te recuerdo así, así como a las ruinas clásicas.


1 comentario:

  1. "No he aprendido a sufrir, toda severidad es inhumana"
    Juan Carlos Mestre

    Luz de un quinquet
    9 pintas, 29 latidos, Gillespie,
    madrugada, ganas de hablar.
    La generación del 77 íbamos a cambiar el mundo en el fututo
    pero los electrodomésticos siguen funcionando en el 2007,
    como siempre…
    Me pregunto:
    Por qué un intermitente puede llevarme a la lágrima, de vasta emoción, por qué siento que me responde, cuando se ilumina su automática luz naranja, y que no estoy solo, que somos dos, objetos comunicándose, que la máquina pretende mi atención, sabiendo antes de que se ilumine sin embargo apenas un segundo antes que así será…
    No lo entiendo:
    Por qué ladra el borracho a los coches que pasan a su lado.
    Es de noche.
    Hace frío.
    Mientras, la gente ahí afuera insiste, empujando sus pesadas rocas, hacia la pirámide.
    En las paredes de mi casa se pudre la luz de ayer por la mañana.
    Y yo sigo de pie junto a la ventana, sin tomar ninguna decisión.
    Podría quedarme a vivir dentro de esta canción.
    A night in Tunisia.
    Pienso que:
    La oportunidad debe ir acompañada de destreza…
    Todos los muebles de casa me observan con rostro de preocupación.
    No quiero pensar,
    para no atraer su atención, con el ruido de mi cabeza.
    Un automóvil ha atropellado al borracho, se apagó el ruido y la furia.
    Está muerto, pero no siento lástima.
    Tampoco sé qué significa eso realmente, si es salvaje, inhumano o inmoral,
    pero es cierto.
    Y mientras, la gente ahí afuera no deja de insistir, empujando sus rocas.
    Me pregunto:
    Debe haber algún motivo por el que todo haya adquirido esta forma,
    esta forma de costumbre, en que amanece como una herida sin importancia.
    Ya no recuerdo qué clase de paciencia me trajo a este lugar...

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