“Le comenté: -Me entusiasman tus ojos. Yella dijo: -¿Te gustan solos o con rímel? -Grandes, respondí sin dudar. Y también sin dudar me los dejó en un plato y se fue a tientas.”
Eso era amor (Ángel González)
Me gustan tus ojos
Me gustan tus ojos porque son grandes,
y no hablo ni de escalas ni medidas,
simplemente, son grandes.
No es la forma, tampoco es el contorno,
ni son mayores por tamaño, ni desfiguran
tu rostro ocupando un espacio en él
exagerado. Tan sólo, tus ojos son grandes.
No son grandes por edad, pues son tremendamente
jóvenes, ni siquiera son grandes por perfectos,
aunque posean esa exactitud
verde capaz de silenciar las horas.
No son grandes por bellos,
ni lo son por hermosos -que sabes que lo son-,
no son grandes por ser inmensamente profundos,
ni tampoco por brillar como antorchas
en la noche, ni por que ellos sean mi pecado.
No, no son grandes por eso tampoco.
Digamos que acepto,y ni siquiera es porque encarnen
Saludos, lleva ya casi dos semanas septiembre haciéndose notar. Han bajado las temperaturas, los días comienzan a ser más cortos...Y con él, vuelve la rútina, la "vuelta al cole", la vorágine, el caos, etc...en resumen, vivir en el siglo XXI.
Como sé, que tras el verano, se tiene menos tiempo para "perder" (o disfrutar) leyendo delante del pc, ya sean diarios, blogs u otras páginas de interés, he agregado la opción de suscribirse al blog vía e-mail. De esta forma, a aquellos que se suscriban, les llegará el contenido nuevo, directamente a sus cuentas de correo, sin necesidad de entrar a ver si se ha actualizado el blog.
No obstante, los que entráis sabéis que para mí es un honor que sigáis entrando a leer, tanto las publicaciones nuevas, como las más antiguas, que me consta que algunos lo hacéis, y es lo que le da sentido a este blog, el que considero, un espacio más vuestro que mío. No dejéis de hacerlo.
Incluso hoy, bajo la luz cansada de las horas,
tienen miedo los ojos donde escondes
la cicatriz desierta y fría de la añoranza,
ese vagón incómodo que detiene el tiempo
y mima la memoria con caricias
de fogueo y palabras de septiembre.
Mientras tanto, los parques nunca cambian,
continuarán, a solas, los bancos esperando
la frecuencia y el gesto de dos enamorados,
ese mismo guión no -por rutina- menos cierto
que interpretó, en el pasado, tu boca y la mía.
Pero hay algo diferente en todos los otoños,
apenas un lenguaje cotidiano
que al oído es, por poco, imperceptible,
una sensación de irrealidad
que -y de eso estoy seguro- induce a equivocarnos,
a asomarnos al balcón -pese a la lluvia-
y contemplar los charcos no exentos de belleza.
Solo por este instante, déjame amanecerte,
permíteme que rompa nuestro pacto,
aquel que se selló con nuestras lágrimas
y dos ecos punzantes como una cama fría.
Sólo por esta vez, te lo prometo,
-aunque ya ves el valor que tienen mis promesas-
déjame que te recuerde como antes.
Tú, con la inexperta rigidez de la inocencia
y el deseo preso de pasiones incurables.
Yo, labio huérfano, otra parte de ti.
Como el propio título dice y como os habréis dado cuenta (al menos los más observadores) el blog presenta unos pocos pero considerables cambios con la idea de hacerlo más funcional, más práctico y (al menos se ha intentado) más agradable.
Espero que os guste esta nueva versión del blog que tengo la intención de seguir mejorándola en lo sucesivo, cuando vuelva a sacar algo de tiempo, así como su futuro contenido.
Un saludo a todos.
Desde donde te escribo, a veces no huele a café,
ni huele a terrazas,
ni la lluvia -esa vecina incomoda-
se funde con el polvo de los parques dejándonos
olor a primavera.
Desde donde yo te escribo, también,
es más fácil perderte que encontrarme,
el lenguaje sólo es
un vehículo viejo e incapaz
que amortigua el perfume
anticipado de aquel rumor de las derrotas:
apenas un sabor más traicionero que bravo,
el murmullo sordo de los años que agotados
terminan por pasar sin darte cuenta.
Y es que, ya lo sé, desde aquí, donde yo te escribo,
los muros son más densos que el silencio,
y abrigan los amargos desconsuelos,
aferrados, como ese tesoro que uno guarda
debajo de su almohada, escondido
de otras manos y de otras voces y de otros ojos.
Pero no me juzgues, no, ni huraño me supongas,
tampoco huyas ni lances contra mí
tu ejército de inquinas.
Solo es el castigo que me queda porque elijo
escribir desde mi alma.
¡Qué avisen a las madres! ¡Gritadles y avisadlas! ¡Qué será de sus inocentes hijas! No quiero ni pensarlo, el mismo Lucifer se ha reencarnado en hombre para llenar sus corazones de lisonjas, para conmover sus latidos con palabras conjuradas. Las enamorará a todas –qué duda cabe-, una por una, como presas incautas se someterán al poder de su lirismo, no vacilaran en perseguir sus ojos llenos de nostalgia, atravesarán barrizales de opiniones, engañarán, mentirán a sus amigos, a sus padres, a sus párrocos con tal de disfrutar, así sea en la oscuridad de un velo solitario, de los labios de ese ser henchido de vileza. Ha nacido un poeta –por si acaso éramos pocos-, ahora las calles se llenarán de vagabundos, de borrachos, de rincones sucios, de ancianos sin nombre. No existirá licorería capaz de saciar su sed continua y nauseabunda. Por su culpa, las mujeres amarán la noche, los vicios, incluso los pecados de la carne como yernas excelentes rindiendo pleitesía a la madre del poeta (la lujuria, por supuesto). ¿Qué otra sustancia podría ser capaz de procrear tal ser abyecto? Avisen a las madres antes de que sea tarde, toda precaución es poca con estos tipos solitarios, bohemios, vividores, hombres inefables de escasa reputación y peor destino. Vagos sin oficio, sin otra intención que vivir del cuento (o del poema), soltando sandeces, negro sobre blanco, como si a alguien le importara sus sentires, sus pesares y aún peor sus palabras: mezcla de retórica y victimismo. Avisen a las madres, háganme caso, o tarde o temprano, seréis padres, hermanos o novios de alguna mujer que caiga en sus embrujos.”
Extracto de la mente de un ciudadano cualquiera.
Un poeta es por definición un ser bobo –por no decir tonto-, una persona anclada a un sueño, o un sueño pegado a una persona. Un hombre –o mujer- que persigue, y más en estos tiempos, una utopía con la misma ilusión y fe con la que un niño “quiere ser de mayor” futbolista o astronauta. Así es, no se dejen engañar por los tópicos que nada aportan ni aportarán. Un poeta se disuelve por las calles arrastrando en los pies una ilusión -quizá anacrónica-, una esperanza. La esperanza de (re-)construir, con sus palabras, ese tablero por donde diariamente nos movemos, por donde diariamente nos desarrollamos sin, a veces, fijarnos más allá de lo cotidiano, sin prestar atención a los momentos, a los instantes, a los segmentos de tiempo. Todos vamos al mercado, y pagamos nuestra compra, todos conocemos –o creemos conocer- al dependiente, al estanquero, a nuestro médico solo por la sencilla razón de que, a menudo, intercambiamos palabras –a veces solo gestos- con ellos. Pero… ¿Por qué, ayer, el señor que vende la prensa tenía los ojos mas hinchados de lo normal?...o… ¿Por qué la risueña chica de la cafetería, hoy, fue brusca?...o… ¿Por qué las manos de la mujer del estanco a pesar de tener más de sesenta años lucen con el brillo de una adolescente al igual que sus ojos? Explicarlo, imaginarlo, o quizá, inventarlo es una de las quimeras que persigue el poeta. Seguramente nunca acierte en sus delirios, pero al menos, nos obligará a que, mañana cuando salgamos a la calle, prestemos atención a esos detalles.
Un poeta es un ser altruista –por no decir tonto-, sí. Y es altruista por que la intención primera y última de su expresión, se encuentra en los otros. En efecto, el poeta busca conmover a los demás, la poesía se hace, se inventa a sí misma en el cuerpo del otro. Nada importa lo que el poeta sintiera o pensase al escribirla o al recitarla, sin lector u oyente, la poesía no existe. Por tanto, la poesía es una obra hecha para y por los demás, es el resultado de un sentimiento altruista y desinteresado, es el deseo de llegar, de hacer sentir, de despertar partes desconocidas –o anquilosadas- de las personas lo que genera esa energía que sirve de matriz para la creación de la poesía. No es menos cierto que algunos poetas (¿lo son realmente?) adquieren cierto éxito, nombre o fama al cabo del tiempo, pero… ¿acaso no adquieren éxito también los doctores, los albañiles, los mecánicos, etc.? Son las ventajas (o desventajas) de vivir en esta sociedad multi-plural y fugaz, si alguien desempeña bien su labor, puede que termine siendo reconocido (o no).
En definitiva, el poeta, como ya hemos dicho, es un ser altruista, idealista, romántico (RAE: 4. adj. Sentimental, generoso y soñador.), ilusionado, inconformista y bobo –por no decir tonto-. Todos ellos, valores con lo que la gente se llena la boca proclamándolos como las metas necesarias para convertirnos en el vecino, compañero, hijo o marido ideal. Por tanto, yo me pregunto… ¿Por qué dan tanto miedo los poetas?
A veces es verdad que te castigo,
y que mi voz daña como alfanje en tus heridas.
Incluso hay noches que mis manos son un salón
desierto y frío que caminas acariciando
de puntillas: olor a espera inútil.
Pero coses mi sed a mi nostalgia,
te haces real, apenas un rumor
que me sonríe con la desnudez de la noche.
Me besas, y tus labios son la helada
que rompe por debajo de la puerta.
Entonces dudo, pero no de ti, ni de nosotros,
sino del amargo sabor de la madera
que guardo en la garganta,
sombra cotidiana de los restos de naufragios,
astillas embarradas que la lluvia no disuelve.
Pero qué sé yo del amor por cuatro letras
si he conocido, en tus ojos, el invierno
-la tristeza verde, aún, sin adjetivo-,
una luz que a las sombras no reclama.
Qué sé yo del amor cuando claudico
y arrastro la rodilla
por escombros tallados por el viento,
exhausto de lidiar con la memoria.
Si tuviese el valor que a ti te sobra,
quizá no agotase el recurso de andar solo,
ni el de robarte otoño -ni septiembre-,
ni las grietas de los cobrizos árboles.
Quizá, también,
sería capaz de negarme tres
veces, incluso cuatro,
y ser capaz de sonreírte, por fin,
con la remota posibilidad de encontrar
en tu boca algún mérito,
Eso, claro está, si yo tuviese el valor.