Si no lo encuentras, búscalo

miércoles, 28 de abril de 2010

Desde aquí

Desde donde te escribo, a veces no huele a café,
ni huele a terrazas,
ni la lluvia -esa vecina incomoda-
se funde con el polvo de los parques dejándonos
olor a primavera.
Desde donde yo te escribo, también,
es más fácil perderte que encontrarme,
el lenguaje sólo es
un vehículo viejo e incapaz
que amortigua el perfume
anticipado de aquel rumor de las derrotas:
apenas un sabor más traicionero que bravo,
el murmullo sordo de los años que agotados
terminan por pasar sin darte cuenta.
Y es que, ya lo sé, desde aquí, donde yo te escribo,
los muros son más densos que el silencio,
y abrigan los amargos desconsuelos,
aferrados, como ese tesoro que uno guarda
debajo de su almohada, escondido
de otras manos y de otras voces y de otros ojos.
Pero no me juzgues, no, ni huraño me supongas,
tampoco huyas ni lances contra mí
tu ejército de inquinas.
Solo es el castigo que me queda porque elijo
escribir desde mi alma.

lunes, 26 de abril de 2010

¡ Albricia ha nacido un poeta !


“¡Albricia! ¡Ha nacido un poeta!

                ¡Qué avisen a las madres! ¡Gritadles y avisadlas! ¡Qué será de sus inocentes hijas! No quiero ni pensarlo, el mismo Lucifer se ha reencarnado en hombre para llenar sus corazones de lisonjas, para conmover sus latidos con palabras conjuradas. Las enamorará a todas –qué duda cabe-, una por una, como presas incautas se someterán al poder de su lirismo, no vacilaran en perseguir sus ojos llenos de nostalgia, atravesarán barrizales de opiniones, engañarán, mentirán a sus amigos, a sus padres, a sus párrocos con tal de disfrutar, así sea en la oscuridad de un velo solitario, de los labios de ese ser henchido de vileza. Ha nacido un poeta –por si acaso éramos pocos-, ahora las calles se llenarán de vagabundos, de borrachos, de rincones sucios, de ancianos sin nombre. No existirá licorería capaz de saciar su sed continua y nauseabunda. Por su culpa, las mujeres amarán la noche, los vicios, incluso los pecados de la carne como yernas excelentes rindiendo pleitesía a la madre del poeta (la lujuria, por supuesto). ¿Qué otra sustancia podría ser capaz de procrear tal ser abyecto? Avisen a las madres antes de que sea tarde, toda precaución es poca con estos tipos solitarios, bohemios, vividores, hombres inefables de escasa reputación y peor destino. Vagos sin oficio, sin otra intención que vivir del cuento (o del poema), soltando sandeces, negro sobre blanco, como si a alguien le importara sus sentires, sus pesares y aún peor sus palabras: mezcla de retórica y victimismo. Avisen a las madres, háganme caso, o tarde o temprano, seréis padres, hermanos o novios de alguna mujer que caiga en sus embrujos.”
Extracto de la mente de un ciudadano cualquiera.
                Un poeta es por definición un ser bobo –por no decir tonto-, una persona anclada a un sueño, o un sueño pegado a una persona. Un hombre –o mujer- que persigue, y más en estos tiempos, una utopía con la misma ilusión y fe con la que un niño “quiere ser de mayor” futbolista o astronauta. Así es, no se dejen engañar por los tópicos que nada aportan ni aportarán. Un poeta se disuelve por las calles arrastrando en los pies una ilusión -quizá anacrónica-, una esperanza. La esperanza de (re-)construir, con sus palabras, ese tablero por donde diariamente nos movemos, por donde diariamente nos desarrollamos sin, a veces, fijarnos más allá de lo cotidiano, sin prestar atención a los momentos, a los instantes, a los segmentos de tiempo. Todos vamos al mercado, y pagamos nuestra compra, todos conocemos –o creemos conocer- al dependiente, al estanquero, a nuestro médico solo por la sencilla razón de que, a menudo, intercambiamos palabras –a veces solo gestos- con ellos.  Pero… ¿Por qué, ayer, el señor que vende la prensa tenía los ojos mas hinchados de lo normal?...o… ¿Por qué la risueña chica de la cafetería, hoy, fue brusca?...o… ¿Por qué las manos de la mujer del estanco a pesar de tener más de sesenta años lucen con el brillo de una adolescente al igual que sus ojos? Explicarlo, imaginarlo, o quizá, inventarlo es una de las quimeras que persigue el poeta. Seguramente nunca acierte en sus delirios, pero al menos, nos obligará a que, mañana cuando salgamos a la calle, prestemos atención a esos detalles.
                Un poeta es un ser altruista –por no decir tonto-, sí. Y es altruista por que la intención primera y última de su expresión, se encuentra en los otros. En efecto, el poeta busca conmover a los demás, la poesía se hace, se inventa a sí misma en el cuerpo del otro. Nada importa lo que el poeta sintiera o pensase al escribirla o al recitarla, sin lector u oyente, la poesía no existe. Por tanto, la poesía es una obra hecha para y por los demás, es el resultado de un sentimiento altruista y desinteresado, es el deseo de llegar, de hacer sentir, de despertar partes desconocidas –o anquilosadas-  de las personas lo que genera esa energía que sirve de matriz para la creación de la poesía. No es menos cierto que algunos poetas (¿lo son realmente?) adquieren cierto éxito, nombre o fama al cabo del tiempo, pero… ¿acaso no adquieren éxito también los doctores, los albañiles, los mecánicos, etc.? Son las ventajas (o desventajas) de vivir en esta sociedad multi-plural y fugaz, si alguien desempeña bien su labor, puede que termine siendo reconocido (o no).
                En definitiva, el poeta, como ya hemos dicho, es un ser altruista, idealista, romántico (RAE: 4. adj. Sentimental, generoso y soñador.), ilusionado, inconformista y bobo –por no decir tonto-. Todos ellos, valores con lo que la gente se llena la boca proclamándolos como las metas necesarias para convertirnos en el vecino, compañero, hijo o marido ideal. Por tanto, yo me pregunto… ¿Por qué dan tanto miedo los poetas?


jueves, 8 de abril de 2010

No sé nada del amor.




“Nada sabe de amor quien no ha perdido
por amor una casa, una hija tal vez
y más de medio sueldo,”
(Luis García Montero)


A veces es verdad que te castigo,
y que mi voz daña como alfanje en tus heridas.
Incluso hay noches que mis manos son un salón
desierto y frío que caminas acariciando
de puntillas: olor a espera inútil.
Pero coses mi sed a mi nostalgia,
te haces real, apenas un rumor
que me sonríe con la desnudez de la noche.
Me besas, y tus labios son la helada
que rompe por debajo de la puerta.
Entonces dudo, pero no de ti, ni de nosotros,
sino del amargo sabor de la madera
que guardo en la garganta,
sombra cotidiana de los restos de naufragios,
astillas embarradas que la lluvia no disuelve.

Pero qué sé yo del amor por cuatro letras
si he conocido, en tus ojos, el invierno
-la tristeza verde, aún, sin adjetivo-,
una luz que a las sombras no reclama.
Qué sé yo del amor cuando claudico
y arrastro la rodilla
por escombros tallados por el viento,
exhausto de lidiar con la memoria.

Si tuviese el valor que a ti te sobra,
quizá no agotase el recurso de andar solo,
ni el de robarte otoño -ni septiembre-,
ni las grietas de los cobrizos árboles.
Quizá, también,
sería capaz de negarme tres
veces, incluso cuatro,
y ser capaz de sonreírte, por fin,
con la remota posibilidad de encontrar
en tu boca algún mérito,
Eso, claro está, si yo tuviese el valor.

Salvador Reyes de Cózar